Se ha hablado mucho de la obesidad como causa directa de problemas cardiacos como el infarto y la hipertensión, o bien la diabetes, o los problemas de columna y rodillas.
Sin embargo, cuando la obesidad afecta la respiración, puede ser un fenómeno tan grave como la afectación de las arterias coronarias (arterias que suplen de oxígeno al músculo del corazón), y por lo tanto ser mortal, ya sea como un proceso lento o bien como factor importante de agravamiento en procesos rápidos.
La respiración es el paso de aire a los pulmones cuyo tamaño guarda relación con la estatura y sexo de la persona que los tiene. Pero además guarda relación con la cantidad de oxígeno de los tejidos que hay que oxigenar y con la cantidad de bióxido de carbono que esos tejidos producen como efecto de la actividad celular. Por lo tanto, un obeso que tiene más células y más tejidos celulares, produce lógicamente más bióxido de carbono (que debe ser eliminado por los pulmones) y más células y tejidos celulares que requieren más oxígeno (que los pulmones deben recoger del aire).
A pesar de que los pulmones tienen una gran reserva funcional, es decir, que su capacidad de funcionar sobrepasa fácilmente las necesidades del cuerpo, hay circunstancias en que las necesidades del cuerpo, sobrepasan la funcionalidad de los pulmones, como las siguientes:
Cuando una persona fuma muchos años, los pulmones pierden función y el oxígeno que recogen puede llegar a ser insuficiente para el cuerpo para el cual respiran.
La obesidad es otro ejemplo, pero el mecanismo es diferente: Aquí el tejido graso principalmente abdominal, pero también torácico, ocupa espacio que normalmente ocupan los pulmones y además dificulta los movimientos de los diafragmas que son los máximos responsables de la respiración. Ello resulta en unos pulmones relativamente pequeños para las necesidades de oxígeno (y las necesidades de limpieza de bióxido de carbono) de un cuerpo cada vez más grande.
Resultado: Baja de oxígeno en sangre con aparición de la sensación de “falta de aire” ante cualquier esfuerzo que la gente suele atribuir al mayor peso (y no al menor aire respirado).
Un resultado posterior, y que avisa de mayor gravedad, es la falta de limpieza del cuerpo del bióxido de carbono producido por las células. El bióxido de carbono incrementado produce sueño. Y eso lleva a los típicos exageradamente obesos que se duermen en cualquier lugar, a lo que se ha llamado Síndrome de Pickwick, en alusión al personaje de Charles Dickens, un muchacho gordísimo que se quedaba dormido en los momentos más inoportunos.
Lo malo es que no sólo de sueño sufren estas personas. Las adaptaciones que desarrolla el cuerpo para esto, no son las mejores, por ejemplo, la baja de oxígeno aumenta la presión de las arterias pulmonares y por ende aumenta la presión del ventrículo que se vacía en ellas (que es el derecho), por lo que aumenta la presión de la aurícula que se vacía en este ventrículo, con la consecuente elevación de la presión de las venas que se vacían en esta aurícula que son nada menos que las cavas (que recogen la sangre de todo el cuerpo). Quedándose mucha sangre estancada.
Esta es una pequeña explicación de lo que sucede con la obesidad, no olvidando que, a mayor obesidad, mayores son las alteraciones descritas.
Agregue usted, que los obesos tienden a roncar más durante el sueño que los no obesos (se es obeso por fuera, pero también por dentro) y el ronquido limita también la respiración. Resultado: menos oxígeno y más bióxido de carbono, con lo que se multiplica durante las noches, el efecto deletéreo de la obesidad.
Pero el ronquido ya será motivo de otro blog…
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